Carnavales locos, gente divertida, cantando y bailando se pasan la vida.Fiestas de enorme arraigo popular, pues son licencia para el disfraz, el humor, el regocijo… En nuestras zonas rurales es tradicional la visita de «las mascaritas» por las casas, solicitando brindis y dinero, a cambio de sus gracias; así tienen oportunidad de reunir golosinas, huevos o algún otro alimento con que convidarse y continuar la diversión.Comida tradicional son las típicas torrijas o rebanadas, a base de pan duro ensopado en leche y huevos, que luego se fríen a sartén y se espolvorean de azúcar; y los ñames, servidos en rodajas, también con abundante azúcar. Licores caseros y vino generoso acompañan a estas degustaciones.Es de justicia homenajear a las costureras populares que de cualquier cosa hacían un disfraz, bien aprovechando un viejo traje en desuso, o confeccionando uno nuevo, de los materiales más insospechados. Se cuenta de una de ellas, famosa por sus creaciones, que allá por los años sesenta eran tantas las solicitudes que, al final, en una ocasión llegó a utilizar su propia ropa interior para que un carnavalero de última hora no se fuera de su casa sin su correspondiente disfraz. Esta anécdota revela la afición por «echarse una máscara», hasta el punto de llegar a agotar las existencias de materia prima.La típica mascarita, con cara tapada, constantes movimientos, traje inusualmente llamativo y voz de falsete, poco a poco fue cayendo en desuso, dando paso a los grupos uniformados, las murgas y las fanfarriasEntidades como el Centro de Iniciativas Turísticas y el propio Servicio Municipal de Cultura organizan los festejos, con un carácter de marcada espectacularidad, de cara a la población y de cara al visitante foráneo. Al mismo tiempo, van surgiendo las agrupaciones, en forma de rondallas, murgas chispeantes por el ingenio de sus canciones y la vistosidad de sus atuendos, comparsas de cálidos ritmos caribeños… En fin, un desborde de colorido, humor, creatividad y euforia que encuentra su apoteosis en el «coso», cada vez más concurrido de participantes y curiosos admiradores.Culminan los carnavales con la quema del Señor Rascayú, símbolo de lo pasajero; un Señor Rascayú que renace cada año con renovados bríos.
